Carapardo dijo:

¿Obsesión por los osos?

Ayer fui a prepararle un tazón de leche con galletas a mi hija. Esas galletas de chocolate

con forma de ositos.

Cuando fui a sacar los ositos de la caja, uno de ellos se cayó a suelo. No soy de los que

soplan un poco y así “desinfectan” la galleta caída, así que cogí el osito del suelo y lo

tiré a la basura. Nadie se ha arruinado por un osito de chocolate, pensé. Nada más lejos

de la realidad. A mí me arruinó la noche el osito.

Estaba en la cama y no hacía más que pensar en él. Toda su vida, desde que nació en

una lejana fábrica de galletas, esperando hacer feliz a un niño, pasando por distintos

procesos y múltiples viajes y almacenamientos con otros trescientos hermanos

empaquetados con él en la misma caja, y ahora iba a acabar así, en la basura, sin

cumplir su misión, ignorado por todos y finalmente triturado en la prensa del camión de

recogida.

No sé si un osito de chocolate tiene alma o no, pero eran las tres de la mañana y yo no

hacía otra cosa sino pensar en el osito.

Despacio, sin hacer ruido, procurando no despertar a nadie, me levanté y me acerqué a

la cocina. Cerré la puerta para no hacer ruido, saqué el cubo de la basura y empecé a

buscar el infortunado osito. Afortunadamente el cubo estaba medio vacío y debajo de

los restos de la cena, cáscaras de huevo, latas de atún, chorretones de aceite y migas de

pan, por fin encontré el dichoso osito, dentro de media naranja exprimida, resto de la

papilla de frutas de media tarde.

Con mucho cuidado, hablándole con cariño y pidiéndole disculpas, lo saqué y empecé a

limpiarlo suavemente con una servilleta de papel. No podía lavarlo con agua, claro, se

desharía y perdería para siempre. Así que me esmeré todo lo que pude y traté de quitar

todo resto de basura de su maltrecho cuerpo.

Una vez limpio lo metí en la caja con sus compañeros y fui a acostarme despacio, con

una sonrisa de satisfacción. Ahora podría dormir.

No.

Ese maldito osito estaba preparando su venganza. Seguro que se había guardado

algún resto de basura y ahora estaría contaminando a todos sus compañeros. Estaba

planeando acabar con mi hija y destrozar mi familia.

Tenía que matarlo.

Con menos cuidado que antes, me levanté y fui a la cocina., cerré la puerta y volqué

todos los ositos sobre la mesa. Rompí la caja para asegurarme de que no se había

quedado allí escondido y los alineé a todos para facilitar la identificación.

El muy bastardo sabía disimular bien. Todos tenían la misma cara. Eran las cinco de la

mañana y tenía que encontrarle.

Empecé a hablar con voz suave, explicándole que no le iba a pasar nada, que sólo quería

separarle del resto para que no nos hiciese daño, que lo de antes había sido un error.

Estuve hablándole de mi familia, de las ilusiones que tenía puestas en ella y de mis

planes de futuro. Le prometí que le daría un destino mejor que a sus hermanos. Podría

vivir con nosotros y ser feliz toda su vida. Todo fue inútil. No daba su brazo a torcer..

Ya eran las seis y media. No podía arriesgarme. Debía matarlos a todos. Sólo así estaría

completamente seguro de haber acabado con él.

No quería acabar con todos, así que cogí las tijeras y comencé a cortarles la cabeza uno

a uno, esperando que al ver morir a sus compañeros reaccionara y se entregara, pero ese

mal nacido no tenía conciencia y poco a poco fui acabando con todos los ositos sin

encontrar al causante de mi pesadilla.

Me quedé contemplando los cerca de trescientos cuerpos en un lado de la mesa y las

trescientas cabezas en el otro extremo buscando una explicación.

Entonces lo vi claro. No estaba allí. Se había escondido. Y ahora yo había matado a toda

su familia. El haría lo mismo con la mía. No podía permitirlo.

Los mataría yo antes.

Son las siete y media.

Carapardo dijo:

¿Obsesión por los osos?

Ayer fui a prepararle un tazón de leche con galletas a mi hija. Esas galletas de chocolate

con forma de ositos.

Cuando fui a sacar los ositos de la caja, uno de ellos se cayó a suelo. No soy de los que

soplan un poco y así “desinfectan” la galleta caída, así que cogí el osito del suelo y lo

tiré a la basura. Nadie se ha arruinado por un osito de chocolate, pensé. Nada más lejos

de la realidad. A mí me arruinó la noche el osito.

Estaba en la cama y no hacía más que pensar en él. Toda su vida, desde que nació en

una lejana fábrica de galletas, esperando hacer feliz a un niño, pasando por distintos

procesos y múltiples viajes y almacenamientos con otros trescientos hermanos

empaquetados con él en la misma caja, y ahora iba a acabar así, en la basura, sin

cumplir su misión, ignorado por todos y finalmente triturado en la prensa del camión de

recogida.

No sé si un osito de chocolate tiene alma o no, pero eran las tres de la mañana y yo no

hacía otra cosa sino pensar en el osito.

Despacio, sin hacer ruido, procurando no despertar a nadie, me levanté y me acerqué a

la cocina. Cerré la puerta para no hacer ruido, saqué el cubo de la basura y empecé a

buscar el infortunado osito. Afortunadamente el cubo estaba medio vacío y debajo de

los restos de la cena, cáscaras de huevo, latas de atún, chorretones de aceite y migas de

pan, por fin encontré el dichoso osito, dentro de media naranja exprimida, resto de la

papilla de frutas de media tarde.

Con mucho cuidado, hablándole con cariño y pidiéndole disculpas, lo saqué y empecé a

limpiarlo suavemente con una servilleta de papel. No podía lavarlo con agua, claro, se

desharía y perdería para siempre. Así que me esmeré todo lo que pude y traté de quitar

todo resto de basura de su maltrecho cuerpo.

Una vez limpio lo metí en la caja con sus compañeros y fui a acostarme despacio, con

una sonrisa de satisfacción. Ahora podría dormir.

No.

Ese maldito osito estaba preparando su venganza. Seguro que se había guardado

algún resto de basura y ahora estaría contaminando a todos sus compañeros. Estaba

planeando acabar con mi hija y destrozar mi familia.

Tenía que matarlo.

Con menos cuidado que antes, me levanté y fui a la cocina., cerré la puerta y volqué

todos los ositos sobre la mesa. Rompí la caja para asegurarme de que no se había

quedado allí escondido y los alineé a todos para facilitar la identificación.

El muy bastardo sabía disimular bien. Todos tenían la misma cara. Eran las cinco de la

mañana y tenía que encontrarle.

Empecé a hablar con voz suave, explicándole que no le iba a pasar nada, que sólo quería

separarle del resto para que no nos hiciese daño, que lo de antes había sido un error.

Estuve hablándole de mi familia, de las ilusiones que tenía puestas en ella y de mis

planes de futuro. Le prometí que le daría un destino mejor que a sus hermanos. Podría

vivir con nosotros y ser feliz toda su vida. Todo fue inútil. No daba su brazo a torcer..

Ya eran las seis y media. No podía arriesgarme. Debía matarlos a todos. Sólo así estaría

completamente seguro de haber acabado con él.

No quería acabar con todos, así que cogí las tijeras y comencé a cortarles la cabeza uno

a uno, esperando que al ver morir a sus compañeros reaccionara y se entregara, pero ese

mal nacido no tenía conciencia y poco a poco fui acabando con todos los ositos sin

encontrar al causante de mi pesadilla.

Me quedé contemplando los cerca de trescientos cuerpos en un lado de la mesa y las

trescientas cabezas en el otro extremo buscando una explicación.

Entonces lo vi claro. No estaba allí. Se había escondido. Y ahora yo había matado a toda

su familia. El haría lo mismo con la mía. No podía permitirlo.

Los mataría yo antes.

Son las siete y media.

juyta dijo:
a todos los strikeros y habitatantes de de strikelandia..

busco al siguiente sujeto , si lo ven NO , repito NO se acerquen , llamenme..




insisto en que no se acerquen , es tremendamente agresivo ...ya han caido compañeros,,,que digo AMIGOS!! , intentando acabar con el

SamKr dijo:

ya he votado